Concierto de Vivaldi "Nuevo Mundo"Por Alexa Giselle Villegas Bourgoing de 4ºB
Sentado ante un clavecín cubierto de partituras y papeles, Antonio Vivaldi suspiró, se pasó la mano por el pelo rojizo ya bastante entrecano, se secó la frente empapada e hizo una pausa. Miró luego a lo lejos por la ventana abierta y sonrió al contemplar su eterna Venecia, cuyos canales de ensueño le inspiraban ahora lejanas tierras que no había pisado, ni pisaría nunca. De repente se lanzó a componer de nuevo y las melodías brotaron infinitas de su manantial perenne, y a medida que emergían, las acompañaba, vociferando, recreando diálogos de personajes imaginarios, entrelazados en conflictos de guerra y amor allende la ‘Perla del Adriático’, en tierras inhóspitas de otro continente: el Nuevo Mundo. No cabía duda, Vivaldi había sido poseído, pero no por un demonio sino por el espíritu de un dios que no era el suyo. Era Moctezuma, el último monarca de los aztecas, que se le presentaba heroico, digno, en el preciso instante en que caía de la gloria y que le seducía justamente por el trágico esplendor de su reino de oro de Tenochtitlán. Magnífica ciudad Tenochtitlán, rodeada de agua, canales y barcas como su Venecia, y que al igual que ‘La Serenissima’ en tantas ocasiones, era ahora apetecida por fuerzas invasoras. Imagino así al gran maestro del barroco cuando en 1733, a la respetable edad de 55 años, inició la composición de una de las noventa y tantas óperas que dijo concebir. Con esta se apartaba de la costumbre de la época: la de buscar inspiración en leyendas mitológicas de la antigüedad o en monarcas y personajes de la historia europea. Es cierto que en la ópera se habían abierto campo desde no hacía mucho temas exóticos, venidos de otras latitudes y culturas, especialmente en el género cómico. El propio Vivaldi ubicaría una de sus óperas en la China, tema cercano a los venecianos por aquello del viajero Marco Polo, y de igual modo no fue extraño encontrar contemporáneos barrocos imaginando historias en el Medio Oriente. Con todo, la verdad es que el Nuevo Mundo sirvió muy poco de inspiración para los compositores europeos de ópera.
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